El Niño de la laguna de Borrero, Toto Villamizar

Papá tenía por costumbre sentarnos, cuando estábamos pequeños, alrededor de la hoguera que era hecha de tres piedras. Encima de esa hoguera se ponía una polla de barro en la que se cocinaba la mazamorra pamplonesa. La mazamorra aquella de harina que se le echaba a un poco de caldo. Ese caldo lo preparaban con agua, sal, jeta de res con ti ojo, pezuña de cerdo o res.

Al lado de la cocinada de esa mazamorra, que duraba más o menos una hora, había un espacio para rezar el rosario y luego empezábamos nosotros a decirles: “Papá, cuéntenos algo, cuéntenos algo”.

Entre los más lindos que me parecieron a mí que nos gustaba tantísimo era el de la laguna de Borrero.

Decía Papá: “Salíamos a la laguna de Borrero y empezábamos a silbar y a cantar, silbábamos tanto y cantábamos, pero el niño no aparecía”. ¿Cuál niño, Papa?, preguntábamos. Pues el espíritu de la laguna que estaba representado en un niño. Un chinito de ocho o diez años, que cuando llegábamos los visitantes a la laguna, cantando y silbando, a veces salía se dentro de las aguas y empezaba a jugar, a correr. Pero si alguien lograba alcanzarlo orinando en la mano y echarle orines…. Ese niño se convertía en oro.

Pero no había ningún Pamplonés, ni nadie que lograra alcanzar al niño.

Nosotros durábamos días enteros allá esperando que saliera el chino. Había veces que  pasaban horas y horas y no salía; pero cuando iba uno con buena suerte el niño salía entre las aguas.

Y empezaba a correr alrededor de la laguna y se introducía en la montaña y era muy difícil alcanzarlo.

Autor: Toto Villamizar.

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